Alegre como los pajarillos que cantan al ver el amanecer de un día de primavera
Triste como el Sol al caer la negra noche.
Valiente como la flor solitaria en medio del tornado voraz
Cobarde como el que huye hasta de sí mismo y no sabe ni a donde huir
Generoso como la gacela que muere defendiendo del león a sus cachorros
Egoísta como el que murió millonario en el mudo de los pobres
Fuerte como el mar revuelto que se traga los barcos
Débil como el copo de nieve al que no le dio tiempo a esconderse en la sombra
Imprescindible como el aire que respiras
Insignificante como el grano de arena que piso al andar por la extensa playa
Dulce como el primer caramelo que recibió el niño africano
Amargo como la muerte cuando llega sin darte tiempo para despedirte
Filósofo como el pez que se preguntó porque tenía que morir pescado
Estúpido como el que no sabía por qué vivir
25 ene 2009
18 ene 2009
Copla XIII
Jorge Manrique: Coplas a la muerte de mi padre
Copla XIII
Los placeres y dulzores
de esta vida trabajada
que tenemos,
no son sino corredores,
y la muerte, la celada
en que caemos.
No mirando nuestro daño,
corremos a rienda suelta
sin parar;
desque vemos el engaño
y queremos dar la vuelta,
no hay lugar.
Esta copla quiere expresar que desperdiciamos la vida sin darnos cuenta de que es corta y, cuando nos queremos dar cuenta llega la muerte.
La rima es consonante.
El esquema métrico es: 8a-8b-4c-8a-8b-4c-8d-8e-4f-8d-8e-4f.
Copla XIII
Los placeres y dulzores
de esta vida trabajada
que tenemos,
no son sino corredores,
y la muerte, la celada
en que caemos.
No mirando nuestro daño,
corremos a rienda suelta
sin parar;
desque vemos el engaño
y queremos dar la vuelta,
no hay lugar.
Esta copla quiere expresar que desperdiciamos la vida sin darnos cuenta de que es corta y, cuando nos queremos dar cuenta llega la muerte.
La rima es consonante.
El esquema métrico es: 8a-8b-4c-8a-8b-4c-8d-8e-4f-8d-8e-4f.
12 ene 2009
Entrada libre: El Cautivo
Hubo una vez un hombre rico y vanidoso que, andando con sus pajes por la calle, un día se encontró con otro hombre, enjaulado. El cautivo, delgado, decrépito y vestido con andrajos contrastaba con la obesidad y las suntuosas vestimentas del rico.
-“Cogedle y llevadle a mi palacio”. Ordenó a sus lacayos. El cautivo no respondió, y siguió inmóvil en su jaula.
Una vez en el palacio, el rico mandó llamar al cautivo a su habitación. Estando allí le preguntó: -“¿Quién eres?”, a lo que, desde la jaula, el cautivo le contestó: -“No lo recuerdo” -“¿De dónde vienes?” -“No lo recuerdo” -“¿Por qué estas en una jaula?” -“Tampoco lo recuerdo. Supongo que porque algún otro hombre me encerró, pero eso ya no me importa.”. El rico se quedó pensativo unos minutos, mirando a la harapienta persona que tenía enfrente, y después volvió a preguntar: -“¿Quieres que te libere?” -“Yo ya soy libre, el que no eres libre eres tú, aunque no te des cuenta.”. El rico se fue mientras pensaba para sí “El pobre se ha vuelto loco de llevar tanto tiempo encerrado”.
Al día siguiente fue a visitarle otra vez: -“¿Por qué piensas que yo no soy libre y tú sí? Yo puedo hacer todo lo que quiera y tú en cambio estás encerrado en una jaula.” -“La libertad no depende de las cosa que puedas o no puedas hacer, sino de cuanto dependendas de las cosas y de las personas.” -“Yo no dependo de nada” -“Oh, si lo haces. Dependes de tus vasallos y de tus riquezas y, sobre todo, dependes de tus ansias de poseer más y más riquezas innecesarias. Yo no dependo de nada, ni nada necesito” El rico, al no poder encontrar ninguna manera de demostrar que era falso lo que había dicho el cautivo, salió enfadado del la habitación.
El rico estuvo meditando durante largos meses las palabras del cautivo. Apenas dormía por las noches y, poco a poco, fue adelgazando hasta quedar tan flaco como los mendigos que veía desde su ventana (antes los veía como seres despreciables, ahora como personas libres y los envidiaba) de lo preocupado que estaba. Al fin, un día fue a ver al cautivo: -“Te lo ruego, quiero ser libre como tú, enséñame.” -“No se puede enseñar a ser libre” Y, tras decir esto, el cautivo hizo aparecer una llave de entre sus harapos y, sacando la mano fuera de la jaula, abrió el cerrojo, salió de la jaula, dejando la llave tirada, y andando, salió del palacio y se perdió entre la gente de la calle. El rico, cogió la llave, se metió en la jaula, la cerró, y dio su última orden a sus sirvientes: Que le abandonaran a las afueras de la ciudad.
-“Cogedle y llevadle a mi palacio”. Ordenó a sus lacayos. El cautivo no respondió, y siguió inmóvil en su jaula.
Una vez en el palacio, el rico mandó llamar al cautivo a su habitación. Estando allí le preguntó: -“¿Quién eres?”, a lo que, desde la jaula, el cautivo le contestó: -“No lo recuerdo” -“¿De dónde vienes?” -“No lo recuerdo” -“¿Por qué estas en una jaula?” -“Tampoco lo recuerdo. Supongo que porque algún otro hombre me encerró, pero eso ya no me importa.”. El rico se quedó pensativo unos minutos, mirando a la harapienta persona que tenía enfrente, y después volvió a preguntar: -“¿Quieres que te libere?” -“Yo ya soy libre, el que no eres libre eres tú, aunque no te des cuenta.”. El rico se fue mientras pensaba para sí “El pobre se ha vuelto loco de llevar tanto tiempo encerrado”.
Al día siguiente fue a visitarle otra vez: -“¿Por qué piensas que yo no soy libre y tú sí? Yo puedo hacer todo lo que quiera y tú en cambio estás encerrado en una jaula.” -“La libertad no depende de las cosa que puedas o no puedas hacer, sino de cuanto dependendas de las cosas y de las personas.” -“Yo no dependo de nada” -“Oh, si lo haces. Dependes de tus vasallos y de tus riquezas y, sobre todo, dependes de tus ansias de poseer más y más riquezas innecesarias. Yo no dependo de nada, ni nada necesito” El rico, al no poder encontrar ninguna manera de demostrar que era falso lo que había dicho el cautivo, salió enfadado del la habitación.
El rico estuvo meditando durante largos meses las palabras del cautivo. Apenas dormía por las noches y, poco a poco, fue adelgazando hasta quedar tan flaco como los mendigos que veía desde su ventana (antes los veía como seres despreciables, ahora como personas libres y los envidiaba) de lo preocupado que estaba. Al fin, un día fue a ver al cautivo: -“Te lo ruego, quiero ser libre como tú, enséñame.” -“No se puede enseñar a ser libre” Y, tras decir esto, el cautivo hizo aparecer una llave de entre sus harapos y, sacando la mano fuera de la jaula, abrió el cerrojo, salió de la jaula, dejando la llave tirada, y andando, salió del palacio y se perdió entre la gente de la calle. El rico, cogió la llave, se metió en la jaula, la cerró, y dio su última orden a sus sirvientes: Que le abandonaran a las afueras de la ciudad.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
